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Dante Alighieri falleció en su exilio de Rávena en 1321. Jeff Buckley murió, en extrañas circunstancias, ahogado en el río Wolf, en Tennessee, 676 años después. He aquí dos sucesos muy distantes en el tiempo y el espacio que Adrián Bernal une en una elipsis poética que marca las hechuras de Anti-folk: el descenso a los infiernos personales, uno de los grandes temas de la literatura universal.

Pero más allá de la riqueza interpretativa, de las referencias literarias, cinematográficas y musicales, el autor pisa firmemente en este libro un territorio muy concreto, vivido y sufrido, cercano y reconocible, en el que la gran ciudad -llámese Barcelona o de cualquier otra manera- es percibida sin la complacencia desde la que, a menudo, los medios de comunicación y la cultura del entretenimiento la ensalzan, sino desde la inmersión en su lado más complejo, oscuro y hasta violento.

Por otro lado, la búsqueda de un lenguaje significativo (en contraposición al que es desvirtuado por la publicidad y, más ampliamente, por el establishment político y sociocultural) y la recuperación de la literatura como aliento vital y moral da forma a los contrastes creativos de Anti-folk.

Al fin, el oficio del poeta, su verdadera naturaleza entre los ecos de la tradición y la modernidad, le lleva al compromiso social pero también al exilio y la enajenación, al propio desarraigo. Sin embargo, nos deja un destello de luz: una poesía que evita sucumbir a la decadencia de las modas o a la desorientación cultural generalizada.


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