La propuesta de Savamala o la eternidad
comprende siete cuentos que pretenden construir
un espacio literario autónomo, donde los
personajes generan sus mundos propios, los
transitan, y hasta los ponen en cuestión. Las
lógicas internas de los relatos indagan en el peso que las ficciones tienen en nuestro
entendimiento de la realidad a través de distintos tonos, con el uso de variadas voces
narrativas y con una exploración del lenguaje, por momentos, poética. Los cuentos
juegan, además, con distintas estructuras, en función de las tramas que ofrecen.
Cada uno de los cuentos parte de un lugar que ya ha sido contado: las viviendas en las
que el escritor serbio Milorad Pavic situó los relatos de su colección Siete pecados
capitales. Desde ahí se originan nuevos textos y nuevos espacios, ya ajenos tanto a la
obra de Pavic como a una reproducción mimético realista del barrio belgradense de
Savamala, donde se desarrolla la acción. En sus historias concurren personajes de
distinta condición, como Totó, que recuerda cómo su país se desintegraba mientras él
jugaba a comprender la naturaleza de la exposición universal de Sevilla; o el singular
grupo de deportistas que, en un aparente ejercicio de yugonostalgia, descubre que
todavía es posible escribir. Personajes aparentemente cotidianos, y, sin embargo, de
alguna manera disidentes de su lugar en el mundo. Esta disidencia los vincula y traza
una línea crítica, casi en suspenso, con aquello que llamamos contar.
De otro lado, las peripecias de SAVAMALA O LA ETERNIDAD representan en sí una
cartografía en construcción y en función de ello una reflexión sobre la identidad
individual y colectiva, desde lo cotidiano hasta una conciencia de lo que es ser
europeo. No hay que obviar, en este sentido, que la guerra de Yugoslavia a finales del
siglo pasado fue un punto de inflexión para repensar Europa. La reflexión no es

exógena, sino que tales construcciones, la de los personajes, la de los edificios, incluso
la del propio concepto de lo europeo se sustancian en el propio acto de la escritura, y,
en función de ello, devienen en una suerte de semiótica de la que cada personaje,
cada una de sus acciones son partes de un alfabeto con que realizar la lectura de un
mundo y una expresión vital.