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El primer día del estado de alarma decretado por el Gobierno para luchar contra el coronavirus era domingo. En la panadería de mi barrio, un cartel rotulado a mano: «Dentro de la tienda, 1 persona.» «Es por el bien de todos. Gracias.» La pequeña tienda se había adaptado inmediatamente a la nueva situación.

Yo también reaccioné rápido -creo que no fui el único- e intuí que habría dibujos e historias de interés en medio de aquella situación de semicatástrofe. Al día siguiente empecé a publicar en Instagram un diario en formato de tiras. Recuerdo que comenté el proyecto por teléfono con una amiga y me dijo: «¿Tendrás suficientes lápices?»

Poco antes, el 6 de marzo, viernes, presentamos mi disco «Las comarcales» en Madrid. El martes siguiente suspendimos los conciertos del jueves y el viernes en Barcelona y Zaragoza, respectivamente.

Durante setenta y dos días fui desarrollando las historias de Días de Alarma usando mi estilo de siempre: ni demasiado bruto, ni demasiado irónico, ni demasiado entrañable, pero bien cargado de momentos bestias, sarcásticos y lacrimógenos. En ese tiempo en que la gente experimentó unos cuantos altibajos emocionales, hubo coincidencias y choques entre su ánimo y mis dibujos.

«Que el pánico no te estropee ningún chiste y que el cachondeo no anule una dosis racional de miedo», escribí en una de las viñetas.

De eso se trata.
Víctor Coyote


Ficha técnica