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Desde el primer poema queda trazada la poética de Finlandia: en él Marisa Martínez Pérsico nos dice que, contrariando los consejos de su madre, en pescaderías y bares elige «los ojos tristes». Ya desde esta imagen asume la vereda de los débiles, la que «el poder desconoce», la del «corazón de lo frágil» y «la ilusión laboriosa/ que anida en lo que siempre/ se está a punto de romper», es decir, la finitud humana. A través del libro va abrazando compasivamente esa finitud, es decir, caminando a la par, cargando y haciéndose cargo de la herencia de un padre con el pulgar amputado, sin huella digital, identidad o nombre, que le trasmitió ese «hueco», esa herida de la que nació «la obstinada constancia de palpar el vacío» hasta llegar a saber que «la vida/ se define en su punto de fractura/ y la construimos en el hueco que se forma». Hueco vivencial: carne faltante, inacabamiento humano, también espacio para crear, para escribir, para nacerse en otros Y, como ese padre, por pura carencia, «arañar la luz».


Ficha técnica