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Polina Panassenko revive con fuerza el colapso de la Rusia soviética en la que nació. Una primera novela donde la autora evoca con precisión y humor la plenitud de su infancia.

«Lo que quiero es llevar el nombre que recibí al nacer. Sin ocultarlo, sin disfrazarlo, sin cambiarlo. Sin tenerle miedo». Nació Polina, y en Francia se convirtió en Pauline. Unas pocas cartas y todo cambió.

Al llegar de niña a Saint-Étienne, justo después de la caída de la URSS, se dividió en dos: Polina en casa, Pauline en la escuela. Veinte años después, vive en Montreuil. Tiene una cita en el juzgado de Bobigny para intentar recuperar su nombre.

Esta primera novela gira en torno a una vida entre dos idiomas y dos países. Por un lado, la Rusia de su infancia, la de la dacha, el piso comunal donde se mezclan generaciones, la de los inolvidables abuelos y tiotia Nina. Por otro, Francia, la de las palabras que hay que conquistar.


Ficha técnica