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Si William Faulkner no existiese, habría que inventarlo. Creador de un mundo personalísimo, innovador en su técnica literaria, legendario, permanente en la historia de la literatura universal, Faulkner es, sin duda, una de las figuras más emblemáticas de la novela contemporánea, junto con Kafka, Proust, Mann, Borges, Woolf o Joyce; uno de los más influyentes sobre la narrativa en todas las lenguas de la segunda mitad del siglo XX en adelante.

Nacido en Albany, Mississippi, en 1915 dejó los estudios y empezó a trabajar en el banco de su abuelo. Durante la I Guerra Mundial ingresó como piloto de la R.A.F. y cuando regresó a su ciudad, entró como veterano en la Universidad de Misisipi, aunque volvió a dejar los estudios: esta vez fue para dedicarse a escribir. Faulkner empezó dedicándose al periodismo en Nuea Orleans -allí conoció al también escritor Sherwood Anderson, autor del fantástico Winesburgh, Ohio- y tras unos primeros poemarios poco significativos, publicó su primera novela: La paga de los soldados (1926).

Fue justamente a finales de esa década y a principios de los años treinta del siglo XX cuando Faulkner bastió su mundo imaginario, el condado sudista de Yoknapatawpha (inspirado en el condado de Lafayette, Misisipi). Ahí transcurren la mayoría de sus novelas; Sartoris, El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Luz de agosto (1932) o ¡Absalón, Absalón! (1936).

Faulkner supone la asimilación de todos los progresos de la vanguardia encauzados hacia la consolidación de toda una carrera literaria y no hacia la experimentación más radical. Su obra representa el detenimiento expresivo, la complejidad sintáctica cabalmente engarzada en la recreación de un universo novelístico propio representado por el condado de Yoknapatawpha, el microcosmos vital del que surgen la mayoría de sus personajes y vasta recreación de la decadencia del Sur.

En el año 1949, William Faulkner recibió el Premio Nobel de literatura. En el discurso de aceptación dijo esto:

"Es fácil decir que el hombre es inmortal porque perdurará; que cuando haya sonado la última clarinada de la destrucción y su eco se haya apagado entre las últimas rocas inservibles que deja la marea y que enrojecen los rayos del crepúsculo, aun entonces se escuchará otro sonido: el de su voz débil e inextinguible todavía hablando.

También me niego a aceptar esto.

Creo que el hombre no perdurará simplemente sino que prevalecerá. Creo que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de perseverancia.

El deber del poeta y del escritor es escribir sobre estos atributos. Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado.

La voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y prevalecer."


Ficha técnica

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