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El legendario escritor y poeta Emilio Carrère, autor de La torre de los siete jorobados, Del amor, del dolor y del misterio o El caballero de la muerte, vestido de riguroso negro, capa de terciopelo y pipa, atraviesa la urbe como guardián de los siglos. Es el poeta de la golfemia del que se dice que cada noche habla con el espíritu de Verlaine. «Yo soy un hombre triste, altivo y solitario a quien brinda la luna su ajenjo visionario...», se describe a sí mismo en El caballero de la muerte. Para él, acostumbrado a perderse en la noche, no hay brújula que valga, solo el alba amenazante. Conoce cada rincón y hasta los sonidos de las campanas. Es un paseante, pero también un detective. Se detiene y respira, mira a su alrededor y, sobre todo, a lo alto, a las ventanas abiertas. Edificios que recortan el cielo, misterios y casas aterradoras, plazas y plazuelas de la Inquisición, motines, crímenes, los interminables subterráneos árabes que tanto le obsesionaron y que cruzan el subsuelo de una ciudad que jamás duerme, todos esos antros, tabernuchas y cafés de los que es habitual. Sus colegas son poetastros, hampones, sablistas y hetarias («Son tus buenos amigos los hampones ûdirán de él en la prensaû, los viejos mendigos, las rameras, los hijos del fracaso; tu espíritu es hermano de los negros vencejos, los perros vagabundos olfatean tu paso»). Todos los que se llaman bohemios o aspiran a serlo, cuando se instalan en Madrid en busca de fortuna literaria, llaman a su puerta en busca de un consejo o una recomendación. Incluso ir de su mano a visitar alguno de los numerosos cementerios que pueblan la capital, auténticos campos santos desastrados, con tumbas a medio salir e incluso chabolas apoyadas en sus muros.


Ficha técnica