Las tradiciones surrealistas y situacionistas de juego poético con el espacio urbano, puestas en hora ante una civilización que ha llegado tarde a su propia salvación emancipatoria. Sin embargo, en el pecho de un sitio como Madrid todavía palpitan espejismos de totalidad radicalmente incompatibles con la lógica autodestructiva de la acumulación de capital. Auscultar estos pálpitos y registrar en ellos las perturbaciones sutiles de lo maravilloso, es un pequeño acto de deserción personal que tiene el potencial de contagiarse y convertirse en una declaración colectiva de guerra social desde otros frentes.