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Una de las imágenes más perdurables asociadas al ocaso del valimiento del duque de Lerma fue la del favorito don Rodrigo Calderón camino del ca-dalso. Aunque mitificado en la muerte, no había sido objeto de estudio por parte de los histo-riadores #más allá de algunos artículos de in-dudable relevancia#, pese al atractivo de una trayectoria política y personal plagada de desa-ciertos y excesos pero tan singular y meteórica. Marqués de Siete Iglesias y conde de la Oliva, capitán de la Guarda Alemana, secretario de cámara del rey y embajador extraordinario en los Países Bajos, don Rodrigo fue uno de los más poderosos y controvertidos ministros de Felipe III. Su notoria influencia #cimiento de un asombroso patrimonio, amasado no siempre de manera lí-cita#, conseguida por ser un apoyo imprescin-dible para el duque de Lerma, le permitió erigirse en poco tiempo en el alter ego del valido. Sucumbió, como un Faetón destronado del cielo que rimase Quevedo, a la pérdida del favor regio de su patrón y a las presiones de una oposición nacida en el propio seno del clan dirigente. Sometido a un largo proceso judicial en 1619, a tormento y privaciones, fue hallado culpable de decenas de delitos y condenado a la pena capital. Su ejecución pública en la Plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621 fue, en palabras de Andrés de Almansa y Mendoza, «el día más famoso que ha mirado este siglo».


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