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Los atentados artesanales y los bombardeos sofisticadamente electrónicos han sido mucho más eficaces y persuasivos que las consejas intelectuales para acabar de despertar de su sueño dogmático a la gente de la filosofía y del arte. Era el sueño (para algunos, un mal sueño) de la postmodernidad: esa extraña época que pretendía haber puesto punto final a todas las épocas, entre la arrogancia y la pietas, a base de acoger en su vasto seno estilos heteróclitos, construcciones sociales de la realidad o alegres proclamas de We won: apogeo planetario del american way of life, mientras buena parte del arte (o de sus restos) se dedicaba a apaciguar una mala conciencia acumulativa transformando en horror listo para el consumo (que también puppies, malls y hoteles de diseño pertenece a su manera a la hinchada burbuja) el terror ante lo brotado de la tierra y a ella apegado. La banalidad chillona del arte posthistórico, postindustrial y postrimero de sí mismo.


Ficha técnica